POEMAS RELIGIOSOS-ESPIRITUALES
Plegaria al desconocido
He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío,
yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres”.
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funcione su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo.
No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escapar
en un estallido de bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles,
sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacer el sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos,
tememos ser como el toro que no comprende qué sucede:
lo llevan al matadero, no sabe adónde va,
y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente
se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana,
¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre
para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?
J. Supervielle
La piedad (fragmentos)
Yo soy un hombre herido.
Y me quisiera ir
y llegar finalmente,
piedad, donde se oye
al hombre solo consigo.
Sólo soberbia y bondad tengo.
Y me siento exiliado entre los hombres.
Mas por ellos padezco.
¿No sería digno de volver en mí?
He poblado de nombres el silencio.
¿He hecho pedazos corazón y mente
para caer en servidumbre de palabras?
Reino sobre fantasmas.
Ay hojas secas,
alma llevada aquí y allá…
No, detesto el viento y su voz
de bestia inmemorial.
Oh Dios, aquellos que te imploran,
¿nada más que de nombre te conocen?
Me has desechado de la vida.
¿Me desecharás de la muerte?
Tal vez ni aun de esperar es digno el hombre.
¿Se agotó hasta la fuente del remordimiento?
El pecado qué importa
si ya no lleva a la pureza.
La carne apenas si se acuerda
de que era fuerte un día.
Está loca y gastada el alma.
Dios, mira la flaqueza nuestra.
Quisiéramos una certeza.
¿Ya ni te ríes de nosotros?
Y compadécenos pues, crueldad.
No puedo más de estar emparedado
en el deseo sin amor.
Un rastro de justicia muéstranos.
¿Tu ley cuál es?
Fulmíname mis pobres emociones,
libérame de la inquietud.
Estoy harto de aullar sin tener voz.
Giuseppe Ungaretti
Salmo
¡Qué solo estoy, mi Dios, y sin hogar!
Árbol errante olvidado en el llano,
con fruta amarga y con hojas
espinosas y ásperas en su viva exasperación.
Anhelo que el pájaro que gorjea
se detenga un rato,
que cante en mí y que vuele
en mi sombra de humo.
Espero pedacitos de ternura;
pequeños cantos de gorriones y andorina
quisiera acoger,
como los árboles frutales de buen sabor.
No tengo néctares y aromas dulces,
ni siquiera el sabor de uva verde,
y clavado entre eternidad y niebla,
en mi corteza no se posan las blandas orugas.
Alto candelabro, guardias de confines,
las estrellas vienen y se encienden una tras otra
en las ramas tendidas en las aras
y se te consagran; pero, Dios ¿hasta cuándo?
De florecer sólo con fuegos santos
y de frutar sólo metales, compenetrado
de los pesados mandamientos y doctrinas,
acaso, mi Señor, harto estoy.
En mi tarea tú me dejaste olvidado,
y me atormento solo y me desangro.
Mándame, Dios, señal de lejanía,
de vez en cuando, algún pequeño ángel,
para que bata su ala en luz de luna,
y vuelva a entregarme tu buen consejo.
Tudor Arghezi
Oración
No conozco este camino.
Y ya no alumbra mi estrella
y se ha apagado mi amor.
Así…, vacío y a oscuras,
¿adónde voy?
Sin una luz en el cielo
y roto mi corazón…,
¿cómo saber si es el tuyo
este camino, Señor?
León Felipe
Entro, Señor, en tus iglesias…
Entro, Señor, en tus iglesias… Dime
si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?
Te lo pregunto por si no sabías
que ya a muy pocos tu pasión redime.
Respóndeme, Señor, si te deprime
decirme lo que a nadie le dirías:
si entre las sombras de esas naves frías
tu corazón anonadado gime.
Confiésalo, Señor. Sólo tus fieles
hoy son esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.
Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados…
y no te encuentran por ninguna parte.
Rafael Alberti
Sombras
Y si esta noche mi alma pudiera hallar su paz
en sueños y hundirse en bondadoso olvido
y en la mañana despertara como flor recién abierta,
entonces nuevamente me habré sumergido en Dios, y recreado.
Y si, al igual que pasan las semanas, en el lado oscuro de la luna
mi espíritu se oscurece y sale, y suave, extraña tristeza
cubre mis movimientos, pensamientos y palabras
sabré entonces que camino, que aún camino
con Dios, y estamos cerca, ahora que la luna está en la sombra.
Y si, igual que el otoño se ahonda y se oscurece
siento el dolor de las hojas al caer y tallos que se rompen en las tormentas
y turbulencias y disolución y la zozobra
y luego, suaves sombras profundas plegándose, plegándose
sobre mi alma y mi espíritu, sobre mis labios
dulcemente, como un letargo, o más bien el estupor de una grave, triste canción
cantada más opacamente que el ruiseñor, y así hacia el solsticio
y el silencio de los días cortos, el silencio del año, la sombra,
sabré entonces que mi vida aún se mueve
con la oscura tierra y se humedece
en un profundo olvido, en el lapso de la tierra y su renovación.
Y si en las fases cambiantes de la vida del hombre
cayera enfermo y miserable
y mis muñecas parecieran rotas, mi corazón muerto
ausente ya la fuerza y mi vida
fuera sólo los restos de una vida:
y aún, dentro de todo, jirones de amoroso olvido,
jirones de renovación,
escasas flores, al viento, sobre su lánguido tallo, pero todavía flores y nuevas y raras
que así como una vida, que no brotaba, son botones nuevos de mí—
entonces sabré de cierto que estoy,
que aún estoy en manos del Dios que desconozco
y es Él quien me anonada hasta su propio olvido,
hasta llevar, a una nueva mañana, un hombre nuevo.
D. Lawrence
Tú estás aquí
Abandonaría estos cantos y salmodias y recitaciones de rosario. ¿A quién rindo culto en este oscuro rincón del templo con todas las puertas cerradas? Abro los ojos y veo que Tú, Dios mío, no estás delante de mí.
Tú estás allí donde el labrador labra la dura tierra y donde el peón caminero rompe las piedras. Tú estás con ellos bajo el sol y bajo la lluvia, y tu vestido está cubierto de polvo. Me quito el manto sagrado y, como Tú, bajo hasta la tierra polvorienta.
¿Liberación? ¿Dónde se encuentra la liberación? Tú mismo has cargado gozosamente con los lazos de la creación; estás atado a todos nosotros para siempre.
Salgo de la meditación y dejo a un lado flores e incienso. ¡Qué importa si mi vestido se rompe y ensucia! Es en el duro trabajo y en el sudor de mi frente donde te encuentro y puedo estar a tu lado.
R. Tagore
Segunda oda (fragmento)
¡Dios mío, ten piedad de esas aguas deseantes!
¡Dios mío, tú ves que yo no soy solamente espíritu sino agua!
¡Ten piedad de esas aguas que mueren de sed dentro de mí!
Y el espíritu está deseante, mas el agua es la cosa deseada.
¡Oh, Dios mío, me has dado este minuto de luz para ver,
Como el hombre joven que piensa en su jardín en el mes de agosto y que ve a intervalos todo el cielo y la tierra de una sola mirada,
El mundo de una sola mirada atravesado por un rayo dorado!
¡Oh fuertes estrellas sublimes y qué fruto entrevisto en el negro abismo! ¡Oh flexión sagrada del largo ramaje de la Osa Menor!
No moriré.
¡No moriré, pues soy inmortal!
¡Y todo muere, mas yo crezco como una luz más pura!
Y así como ellos hacen muerte de la muerte, de su exterminio hago mi inmortalidad.
¡Que cese yo enteramente de ser oscuro! ¡Utilízame!
¡Exprímeme en tu mano paternal!
Saca al fin todo el sol que hay en mí y la capacidad de tu luz, que yo te vea
¡No con los ojos solamente, sino con todo mi cuerpo y mi sustancia y la suma de mi cantidad resplandeciente y sonora!
El agua divisible que da la medida del hombre
No pierde su naturaleza que es la de ser líquida
Y perfectamente pura por lo que todas las cosas se reflejan en ella.
Como esas aguas que sustentaron a Dios en el principio,
Así esas aguas hipostáticas en nosotros
No cesan de desearlo, ¡no hay más deseo que de él!
Pero lo que hay en mí de deseable no está maduro.
Que la noche esté pues a la espera de mi partición en la que lentamente se elabora desde mi alma
La gota pronta a caer por su mayor pesantez.
Déjame hacerte una libación en las tinieblas,
¡Como la fuente de la montaña que da de beber al Océano con su pequeña concha!
Paul Claudel
Dios
El marinero de 18 años “se había congraciado con Dios”.
Una palabra. Una D mayúscula. ¿Quién es Dios? Yo creí verlo una vez y oír su voz, que ahora suena como la mía,
y si no soy Dios, entonces, ¿quién es Dios? ¿Jesús Dios de la Biblia?
¿La Biblia de quién? ¿Antiguo JHVH? ¿La palabra de 4 letras sin vocales o la palabra Dios de 4 letras? ¿D-I-O-S?
¿Alá? Algunos dicen que Alá es grande, aunque si te burlas de su nombre ¡muerto estás!
El Único Sabio de Zoroastro solía ser grande y la versión de los mormones obtuvo pedigríes y genealogías absolutos.
El Dios del Papa, ¿es el mismo que el de los tele-evangelistas de la Infalible Iglesia Bautista del Sur?
¿Cómo es la plaza aquella con el Alá del Ayatolá, Billy Graham con Nixon en sus rodillas, la deidad Armagedón de Ronald Reagan?
¿Y el Dios del rabino Lubovicher negando tierra a cambio de paz?
¿El Dios de Yaser Arafat es el mismo de Shamir? ¿Y Magna Mater?
Que pasó con Afrodita, Hécate, Diana de muchos senos en Éfeso, ¡la Venus gordita culona de Willendorf más vieja que Yavé y Alá y el sueño de Zoroastro!
más vieja que Confucio, Lao Tsé, Buda y los 39 patriarcas.
¿Es real un Dios? ¿Hay un solo Dios? ¿Cómo es que hay tantos Dioses peleándose entre ellos, pobres mayas, aztecas, peruanos adoradores del sol? Soñadores hopi peyote en torno al fuego en media luna.
¿Soy yo Dios, hice el universo, lo soñamos juntos
o me caí por el tobogán sobre el planeta, en busca de progenitores?
Yo sé que no soy Dios, ¿y tú? No seas tonto.
¿Dios? ¿Dios? ¿El Dios de todos? No seas tonto.
Ginsberg
Profesión de fe
Dios no es el mar, está en el mar;
como luna en el agua o aparece
como una blanca vela;
en el mar se despierta o se adormece.
Creó la mar, y nace
en la mar cual la nube y la tormenta;
es el Criador y la criatura lo hace;
su aliento es alma, y por el alma alienta.
Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,
y para darte el alma que me diste
en mí te he de crear. Que el puro río
de caridad que fluye eternamente,
fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,
de una fe sin amor la turbia fuente!
Antonio Machado
Plegarias de acero
Tiéndeme sobre un yunque, ¡oh Dios!
Golpea y martilla transformándome en palanca.
Déjame inspeccionar viejas y flojas paredes.
Déjame levantar y aflojar viejos cimientos.
Tiéndeme sobre un yunque, ¡oh Dios!
Golpea y martilla transformándome en clavo de acero.
Clávame en las vigas que mantienen unido a un rascacielo.
Toma remaches calientes al rojo y afírmame dentro de las vigas centrales.
Déjame ser el gran clavo que sostiene un rascacielo
Y penetra las blancas estrellas en la noches azules.
Sandburg
Credo
Creo en mi corazón, ramo de aromas
que mi Señor como una fronda agita,
perfumando de amor toda la vida
y haciéndola bendita.
Creo en mi corazón, el que no pide
nada porque es capaz del sumo ensueño
y abraza en el ensueño lo creado,
¡inmenso dueño!
Creo en mi corazón que cuando canta
sumerge en el Dios hondo el flanco herido
para subir de la piscina viva
como recién nacido.
Creo en mi corazón, el que tremola,
porque lo hizo el que turbó los mares,
y en el que da la Vida orquestaciones
como de pleamares.
Creo en mi corazón, el que yo exprimo
para teñir el lienzo de la vida
de rojez o palor, y que le ha hecho
veste encendida.
Creo en mi corazón, el que en la siembra
por el surco sin fin fue acrecentado.
Creo en mi corazón siempre vertido,
pero nunca vaciado.
Creo en mi corazón en que el gusano
no ha de morder, pues mellará a la muerte;
creo en mi corazón, el reclinado
en el pecho del Dios terrible y fuerte.
Gabriela Mistral
Oración de la noche
Señor, extravíanos en la espesura del aprisco
Donde se cruzan los caminos y la enramada del sueño.
Mas al despuntar el alba conduce nuestra barca
A la ribera del lago en donde nos varamos;
Condúcenos hacia nosotros y cuando recojas este saco
Lleno de conocidas pesadumbres que un mismo hombre se levante.
Dios solitario y bueno, Rey del silencio,
Que en tu mano sostienes a Orión y a las Osas,
No sueltes el espacio y su balanza;
Haz brotar la hierba y espejear las fuentes,
Haz que palpite nuestro corazón y nuestros ojos olviden.
Recorre con tu mirada todas las armonías.
No te duermas, Padre bueno, vela todavía,
Pues mañana como ayer dos y dos siguen siendo cuatro.
Endereza lo recto y dale peso al cuerpo.
Calienta en todo tiempo el fuego, sopla el aire, dígnate
Fijar la mirada en el sol para que no se apague.
Lanza del Vasto
La oración de la rosa
Padre nuestro que estás en la tierra; en la fuerte
y hermosa tierra;
en la tierra buena:
Santificado sea el nombre tuyo
que nadie sabe; que en ninguna forma
se atrevió a pronunciar este silencio
pequeño y delicado…, este
silencio que en el mundo
somos nosotras
las rosas…
Venga también a nos, las pequeñitas
y dulces flores de la tierra,
el tu Reino prometido…
Hágase en nos tu voluntad, aunque ella
sea que nuestra vida sólo dure
lo que dura una tarde…
El sol nuestro de cada día, dánoslo
para el único día nuestro…
Perdona nuestras deudas
—la de la espina,
la del perfume cada vez más débil,
la de la miel que no alcanzó
para la sed de dos abejas…—,
así como nosotros perdonamos
a nuestros deudores los hombres,
que nos cortan, nos venden y nos llevan
a sus mentiras fúnebres,
a sus torpes o insulsas fiestas…
No nos dejes caer
nunca en la tentación de desear
la palabra vacía —¡el cascabel
de las palabras!…,
ni el moverse de pies
apresurados,
ni el corazón oscuro de
los animales que se pudre…
Mas líbranos de todo mal.
Amén.
Dulce M. Loynaz
Cristianos y paganos
Los hombres se dirigen a Dios cuando se sienten necesitados,
imploran ayuda, piden felicidad y pan,
salvación de la enfermedad, de la culpa y de la muerte.
Todos lo hacen así, todos, cristianos y paganos.
Los hombres se dirigen a Dios cuando le sienten necesitado,
lo encuentran pobre y despreciado, sin abrigo y sin pan,
lo ven devorado por el pecado, la debilidad y la muerte.
Los cristianos están con Dios en su pasión.
Dios se dirige a todos los hombres cuando se sienten necesitados,
sacia cuerpo y alma con su pan,
muere crucificado para cristianos y paganos
y perdona a unos y otros.
Bonhoeffer
Padre nuestro
Padre nuestro que estás en el cielo
Lleno de toda clase de problemas
Con el ceño fruncido
Como si fueras un hombre vulgar y corriente
No pienses más en nosotros.
Comprendemos que sufres
Porque no puedes arreglar las cosas.
Sabemos que el Demonio no te deja tranquilo
Desconstruyendo lo que tú construyes.
Él se ríe de ti
Pero nosotros lloramos contigo:
No te preocupes de sus risas diabólicas.
Padre nuestro que estás donde estás
Rodeado de ángeles desleales
Sinceramente: no sufras más por nosotros
Tienes que darte cuenta
De que los dioses no son infalibles
Y que nosotros perdonamos todo.
Nicanor Parra
El hombre humano
Si no fuera por la esperanza de que me esperas con la mesa puesta,
no sé qué sería de mí.
Sin Tu Nombre
la claridad del mundo no me acoge,
es cruda luz quemante sobre los lamentos.
Yo necesito por detrás del sol
del calor que no se pone y ha engendrado mis sueños,
en la noche más cerrada, lámparas fulgurantes.
Porque permaneces encima y abajo y alrededor de lo que existe,
yo descanso mi rostro en esta arena
contemplando las hormigas, envejeciendo en paz
como envejece lo que tiene un amoroso dueño.
El mar sería tan pequeñito ante lo que lloraría
si no fueras mi Padre.
Oh Dios, aun así no es sin temor que te amo,
ni sin miedo.
Adelia Prado