Sería insensato quedarnos con uno solo de estos elementos y eliminar al otro, ya que ambos, insistimos, conforman un todo armónico, como es armónica la configuración del día y de la noche, del interior y del exterior, de la razón y de los sentimientos … de lo masculino y de lo femenino.
Insisto en esta cuestión: nuestra respuesta a lo masculino y lo femenino dependerá de que tengamos una actitud integradora o una actitud dominadora y excluyente.
¿Hay diferencias entre el varón y la mujer? ¿Hay una forma psicológica de ser varón y mujer?
¿A qué llamamos masculino y a qué, femenino?
¿El Género tien una base biológica o solamente es producto de la cultura?
«Matrimonio » (En latín, «munus» tiene un significado doble: oficio o función, por un lado; deber u obligación, por otro. En este sentido, Matrimonio es el deber de la mujer); pero cuando se hablaba de los bienes y ganancias se dice «Patrimonio», expresión universalizada para indicar bienes y ganancias y no solamente familiares. (En latín «patrimonio» significa los bienes del padre).
Pero, ¿qué pasa ahora que estamos creando otra sexualidad y que la podemos seguir recreando desde perspectivas y valores diferentes y aún contrapuestos?
Beta: el ser humano interpreta la realidad desde su belleza y armonía y desde la estética que busca en todos los aspectos de su vida; es creativo del arte en cualquiera de sus expresiones, más preocupado por un mundo armónico y agradable. Inventa desde su imaginación aunque sus objetos no tengan una utilidad pragmática.
Alfa: el ser humano se preocupa por su fuerza física, por la destreza y la velocidad, por competir con otros y superarlos. Goza luchando y consiguiendo triunfos para demostrar a otros su superioridad, hasta con cierta violencia y agresividad.
Bien, si hasta aquí estamos mínimamente de acuerdo, demos un paso adelante.
Ahora a todos los factores Alfa los vamos a llamar Masculinos; y a todos los factores Beta los vamos a llamar Femeninos.
¿Por qué? Porque tenemos que darles algún nombre, así como a unos factores los llamamos altos en contraposición con otros que llamamos bajos, sabiendo que se trata de una denominación puramente relativa. Pero podríamos tomar otra denominación cualquiera, por ejemplo la tan mentada clasificación planetaria por los conocidos pares: cualidades de tipo Sol (lo consciente, el brillo externo) o tipo Luna (lo inconsciente, el brillo interno); tipo Marte (fuerza, agresión y violencia) o tipo Venus (amor, pasión, seducción); tipo Saturno (obsesión, introversión) o tipo Júpiter (expansión, extraversión).
Entonces llegamos a la siguiente conclusión: los seres humanos, cualquiera sea nuestro sexo, podemos tener más marcados los factores Alfa o los Beta; o bien podemos tener una mezcla más o menos igualitaria de ambos; o un poco de Alfa y bastante de Beta; o en unos casos, mucho de Beta y en otros mucho de Alfa.
Es probable que descubramos que las personas que en varios casos tienen más el factor Alfa, también tengan Alfa en los otros casos; y viceversa con el factor Beta.
También podremos comprobar que en ciertos ambientes culturales o en ciertos sistemas educativos, los factores Alfa son más típicos de los varones; mientras que los Beta lo son de las mujeres.
Si somos muy perspicaces, puede ser que descubramos que ciertos varones tienen muy subrayado el factor Beta-femenino, y esto nos deja sorprendidos. Pero también quedaremos sorprendidos al comprobar que hay mujeres que sobresalen por el factor Alfa-masculino.
El lector ya puede descubrir nuestra hipótesis de trabajo: hago una distinción muy importante: una cosa es ser varón o mujer, y otra cosa diferente es lo masculino y lo femenino. Ser varón o mujer es un concepto definido por la organicidad del cuerpo, particularmente de los órganos genitales.
Ser masculino o femenino es un concepto definido por un conjunto de cualidades o actitudes. Una cosa es la constitución física de los cuerpos y otra su constitución psicológica.
Si bien a nivel físico puede existir el hermafroditismo (tener los genitales femeninos y masculinos), en general existe una tendencia a definirse o como cuerpo de varón o como cuerpo de mujer de una manera clara y definitoria.
En cambio a nivel psicológico, de cualidades y actitudes «llamadas» masculinas o femeninas, la tendencia no es la definición de un concepto por la exclusión del otro, sino más bien la presencia de ambos factores aunque en proporciones distintas.
Podemos hablar, en este sentido, de cierto hermafroditismo psicológico subyacente en todos los seres humanos, con diferencias más bien provenientes del ambiente cultural.
Así conocemos a muchos varones muy espontáneos y sensitivos, emocionales, intuitivos y proclives al arte (todas ellas cualidades llamadas femeninas).
También conocemos a mujeres racionales, introvertidas, frías, calculadoras y pragmáticas (todas ellas cualidades llamadas masculinas).
En la práctica nos resultará imposible encontrar a un varón que tenga solamente cualidades Alfa-masculinas; y lo mismo nos sucederá con mujeres de cualidades Beta-femeninas.
Pero el problema se complica cuando nos preguntamos qué tipo de cualidades esperamos encontrar en una mujer o en un varón… en nuestra cultura.
También podemos preguntamos si en nuestra cultura o país apreciamos más los factores Alfa o los Beta. Creo que en Occidente siempre hemos valorado como superiores los factores Alfa: inteligencia, productividad, competitividad, agresión, obsesión, rendimiento, etc. No por nada somos herederos de la cultura greco-latina que ensalzó estos aspectos por sobre todos los demás.
Sin embargo, hay países, especialmente en Oriente, la India por ejemplo, donde los factores Beta-femeninos son muy apreciados, tal como lo hace el Budismo, por ejemplo.
Pero tengamos cuidado con lo siguiente: que una cultura ensalce los factores Beta-femeninos no quiere decir que por eso tenga a la mujer como superior al hombre, sino que aún en los varones se valorizan los factores Beta.
Por eso hicimos la primera pregunta: qué factores esperamos encontrar en una mujer o en un varón.
Cuando a un varón cualquiera le preguntamos por su mujer ideal, es probable que nos responda que tiene que ser hermosa, dulce, sensual y cariñosa… ¿Y por qué no inteligente, activa y con dotes de mando? Muchas mujeres nos dirán que su hombre ideal tiene que ser alto, fuerte, decidido, emprendedor y seguro de sí mismo… ¿Y por qué no sereno, cariñoso, sensual y afectivo?
Quienes tenemos experiencia como psicoterapeutas de parejas nos encontramos con mucha frecuencia con parejas que tienen los factores Alfa y Beta invertidos con respecto a lo que nuestra cultura espera.
Así la esposa es decidida, emprendedora, resolutiva, firme y pensante; mientras el marido se apoya en la decisión de su mujer, es menos emprendedor, pero más flexible, afectivo y contemporizador …
Así, pues, responder qué es lo típico del varón y qué es lo típico de la mujer no resulta nada fácil cuando varones y mujeres llevan cientos de miles de años de cultura, costumbres, instituciones y esquemas educativos que fueron conformando a unos y a otras desde ciertas expectativas e infinidad de factores históricos, climáticos, sociales, etc.
Esto nos lleva a cierta conclusión aproximativa: la forma de ser varón o mujer es algo que se va creando en cada cultura y época, no sin olvidar que cada ser humano nace con cierta estructura de personalidad que puede subrayar más los factores Alfa o los Beta.
También afirmamos que todo varón tiene factores Alfa y Beta, aunque en nuestra cul tura se espera que primen los Alfa.
En toda mujer encontraremos también los dos factores, aunque en nuestra cultura esperamos que primen los Beta.Más aún: sería lamentable que, por ejemplo, los varones no cultivaran los factores Beta-femeninos, la expresividad de sus sentimientos, la ternura, la contemplación, etc. Tan lamentable como que las mujeres no desarrollaran los factores Alfa-masculinos, el pensamiento, la lógica, la actividad, lo competitivo, etc.
La cultura occidental tradicional ha sido tajante en este aspecto al punto de ver muy mal a un varón cariñoso con sus hijos o expresivo de sus sentimientos; de la misma forma que condenaba a una mujer que le gustaba estudiar o escribir (basta recordar esa excelente película realizada precisamente por una mujer: «Yo, la peor de todas»).
De la misma forma, en nuestra cultura se acepta mejor a una mujer audaz, emprendedora, racional y fría; pero se sospecharía de homosexualidad si se ve a un varón afectivo, pausado, poco emprendedor y cariñoso. Confirmando estas hipótesis podemos observar un fenómeno que se da en muchas parejas tras años de convivencia: al cabo de cierto tiempo el varón «aprende» a sentir y pensar la realidad desde las categorías de su esposa; y viceversa.
Lo mismo sucede en colegios mixtos y otras instituciones del estilo: vamos descubriendo lo enriquecedores que son los factores que uno menos tiene, y cómo desde la convivencia armónica con el otro sexo nos podemos enriquecer mutuamente.
Desde mi rol de psicoterapeuta lo pude comprobar en multitud de casos: así, por ejemplo, el varón aprende a demostrar sus sentimientos o a ser menos racional y especulativo; y la mujer aprende a controlarse en ciertos momentos y ser un poco más pragmática, por poner un simple ejemplo.En definitiva: la sexualidad se va haciendo y creando en cada cultura y en cada sujeto.
Por eso hoy en Occidente vivimos una crisis de identidad sexual: las mujeres no aceptan el factor super Beta que siempre se les asignó, mientras que los varones acostumbrados al factor super Alfa se encuentran desconcertados al comprobar que ha aparecido una inesperada competencia …
No falta quien afirma que éste es uno de los motivos del auge de la homosexualidad especialmente masculina. El varón, «despojado» de ciertos roles o factores tradicionales, no encuentra un modo de ser que sea masculino pero diferente al menos en sus matices de los previamente concebidos.
Algo parecido sucede con muchas mujeres (cierto sector del feminismo a ultranza) que dejan más de una duda acerca de su identidad sexual. ¿Qué nos da, entonces, la naturaleza a los varones y a las mujeres como algo innato y específico? Aparentemente bastante poco o casi nada. Y yo agregaría «felizmente».
Esta es nuestra tarea: adoptar aquella modalidad, crearla y recrearla constantemente, tratando de enriquecemos con los factores Alfa y Beta, sumándolos y no restándolos.
Claro que hay culturas e instituciones que se especializan en «fijar» las características psicológicas de uno u otro sexo, cercenando, castrando y deteniendo el enriquecimiento de aquellos factores que los orientales llamaron Yan y Yin, Y que nosotros llamamos Alfa y Beta, o masculinos y femeninos.
Un ejemplo más para seguir aclarando esta situación que quizá tome desprevenido a algún lector.
Durante el siglo pasado, en Occidente, particularmente en España, Inglaterra y Alemania, y países de influencia, el ideal de mujer, según el modelo victoriano o católico protestante, era una persona que no goce sexualmente, muy poco seductora, reprimida, más cercana a la virginidad y madre por sobre todo. Simultáneamente y más allá del Mediterráneo, tanto los árabes como los pueblos del lejano Oriente concebían a la mujer como un ser muy sensual, con una gran capacidad de gozo sexual y seducción, e ignorando totalmente el valor de la virginidad.
Curiosamente, ambas culturas coincidían en subestimar a la mujer y considerarla subordinada al varón, amo y señor de la casa y de todas las instituciones sociales y religiosas.
Al mismo tiempo en esta misma área geográfica se entendía en Occidente que la religión era cosa de mujeres (y de niños), mientras que en los países árabes y orientales la religión era y es fundamentalmente cosa de varones, concepto éste característico del mundo bíblico judaico.
Es probable que muchos lectores se pregunten: ¿Pero acaso las mujeres no son por naturaleza más intuitivas que el varón, o más preocupadas por los hijos, o más volcadas hacia la interioridad dado que sus órganos genitales son internos y engendran la vida dentro de sí mismas? ¿Acaso las mujeres no le dan más importancia a los sentimientos, y en su tipo de razonamiento no se muestran más analíticas que el varón? ¿Acaso los varones no tienen más tendencia a la psicopatía social y a cometer delitos, al revés de lo que les sucede a las mujeres?
Es muy difícil responder a estos y otros interrogantes cuando por miles y miles de años las mujeres debieron reforzar ciertos aspectos de su personalidad, en gran medida para defenderse de la agresividad del medio ambiente e incluso de los varones.
Mientras los sociólogos se inclinan por la predominancia de los factores culturales, los psicólogos se hallan divididos en su postura.
Pero cuando hacemos los tests de personalidad, nos sorprendemos al encontrar factores Alfa y Beta en uno y otro sexo; estando las patologías psíquicas también distribuidas en proporciones iguales o parecidas. Es curioso que la anorexia (negativa a comer) se da más en las mujeres, también más preocupadas por su dieta y la línea estética de su cuerpo.
Hay algo más importante que las diferencias o semejanzas
Pero más importante que esta respuesta, y es a este punto a donde quiero llegar, lo realmente interesante es que aquí y ahora convivimos estos varones y estas mujeres, y más allá de las cualidades o factores que tengamos, lo que a todos nos resulta positivo y constructivo es aprender a integramos, a respetar la forma de ser de los otros y otras, a comprender que en el ser humano hay muchas formas de ver e interpretar la realidad; y que, gracias a la inter-relación sexual, nos podemos enriquecer mutuamente.
Tarde o temprano la mayoría de los seres humanos vamos a formar una pareja: y si nadie se casa por la suma de cualidades que ve en el varón o en la mujer elegidos, tampoco tiene importancia cómo es en la práctica cada uno de ellos, sino cómo pueden congeniar y «emparejarse» de tal forma que su vida resulte un camino agradable, feliz y propicio para el mutuo crecimiento e intercambio de experiencias y valores .
En la práctica vamos a convivir con «este» hombre o «esta» mujer, y no con la mujer o el hombre ideal o standard; por tanto, no sólo no podemos exigirle a nuestra pareja que sea como nosotros queremos o la imaginamos o lo leímos en un libro de psicología de los sexos, sino que tendremos que aprender… aprender a amar a nuestra pareja en cuanto alguien distinto de nosotros mismos, aprender a enriquecemos con su punto de vista y su forma de encarar la vida, y serán nuestros hijos los que recibirán el fruto de ese mutuo enriquecimiento o serán las víctimas de una lucha por hacer primar un criterio u otro considerado como el únicamente válido.
Los varones, no solamente debemos reconocer cuanto hay de femenino en nosotros, en una u otra proporción, sino que desde la compenetración con la mujer enriqueceremos nuestra personalidad hasta límites nunca soñados.
El mismo criterio vale para las mujeres. Cuando cada sexo reconoce lo que tiene del otro, entonces puede comprender al otro desde el conocimiento de sí mismo. Si vemos lo masculino o lo femenino como un «opuesto», jamás lograremos comprenderlo ni valorarlo ni respetarlo.
El arte de la relación en pareja -la gran crisis de nuestra época- estriba en primer lugar, en dar fin a la guerra de los sexos-opuestos, comprendiendo, en segundo lugar, que cada uno de nosotros, varón o mujer, tiene componentes o factores masculinos y femeninos, y que es la integración de estos componentes masculinos y femeninos lo que conforma el ser humano total».
He aquí el gran enriquecimiento que nos da la pareja intersexual: no sólo valoramos ambos componentes sexuales en nosotros mismos, sino que nos enriquecemos con el aporte de nuestra pareja. Este es el destino de la evolución del cosmos y de la humanidad en millones de años: unir y enriquecer. Entonces evolucionamos, crecemos y maduramos.
Dominar a nuestra pareja, anulada o desvalorizada, es anulamos a nosotros mismos negándonos a otras formas de concebir la vida y de recreamos desde nuevas perspectivas. Eso es la destrucción, la guerra y la muerte.
Entre paréntesis: es la misma experiencia que podemos tener cuando nos enriquecemos con otras culturas, abriéndonos a sus valores y a su forma de interpretar la vida. Lástima que nos cueste tanto emprender este camino por esa manía tan humana que tenemos de destruir lo que nos resulta diferente.
Algo tristemente famoso en la conquista y colonización de América. Si nadie tiene «la suma del ser humano», sumémonos a otros seres humanos mediante el diálogo, la integración, la solidaridad y el amor, y descubriremos que cada día «somos más ser humano».
Y entiendo que esto es lo más enriquecedor y fascinante de la aventura de relacionarnos inter-sexualmente: sumamos vida a la vida, Yan al Yin, Alfa a Beta, masculino a femenino.
- Definirnos sexualmente. Indefinición y Bisexualidad
Cuanto llevamos dicho en el tema anterior nos introduce espontáneamente en el no menos complejo tema de la definición sexual de cada ser humano como varón o como mujer, y en el problema de la bisexualidad y de la homosexualidad. Hagamos, ante todo, un breve recuerdo de la mitología de muchos pueblos que nos hablan de la primitiva androginia o bisexualidad del primitivo ser humano. (Androginia es una palabra griega compuesta por: “aner, andrós” que significa varón, y “guiné, guinaica” que significa mujer)
Tomamos datos del Tratado de Historia de las Religiones del gran investigador rumano Mircea Eliade, Edic. Cristiandad, Madrid.
Así como se concebía al dios supremo como andrógino y, por tanto, capaz de autogeneración, también se entendía en infinidad de tradiciones que el primer antepasado humano, el hombre primordial o mítico, era andrógino. Incluso muchos comentarios rabínicos de la Biblia entienden que Adán fue originariamente andrógino hasta que Dios separó la parte femenina y surgió así la mujer Eva.
Los griegos, entre otros Platón, tenían un pensamiento similar, como los australianos, chinos, hindúes, etc.Prueba de esta concepción andrógina (o bisexualidad) es que se concebía al ser humano original como esférico, ya que la esfera simbolizaba la perfección de la totalidad como lo vemos aún hoy en el famoso signo del Yan–Yin, que es una esfera dividida armónicamente por una curva interna; en otras culturas se trata .de un gran huevo que originaba después a la pareja.
Otro signo de este concepto andrógino son los rituales de muchos pueblos que en ciertas fiestas prescriben que los varones usen vestidos femeninos y viceversa, simbolizando así una vuelta al estado original perfecto. Por otro lado, la biología nos enseña que en sus primeras semanas el feto también es de alguna manera andrógino, y luego poco a poco se va definiendo por un sexo u otro.
Lo cierto es que los seres humanos estamos conformados tanto por elementos masculinos corno por femeninos, en proporciones variadas en una gama casi infinita.
Y que si la naturaleza, por lo general, nos da un cuerpo orgánicamente definido (nace un varón, nace una nena), definirnos como masculinos o como femeninos nos puede llevar un largo tiempo, dándose muchos casos en que la indefinición sexual se prolonga y hasta estabiliza, o bien alguien con cuerpo de varón se identifica más con lo femenino y viceversa.
Continuando con las reflexiones del punto anterior, diríamos que si bien todos tenemos componentes femeninos y masculinos, cuando un varón tiene un exceso de componente femenino tenderá a identificarse con ese sexo, y entonces hablamos de homosexualidad (en griego “omoios” significa “semejante, el mismo”), situación que inclina al varón hacia el varón; otro tanto, y a la inversa, sucede con las mujeres llamadas lesbianas
(El nombre proviene de la isla griega de Lesbos, donde hacia el año 600 aC, la poetisa Safo cantó en sus versos el amor entre mujeres, lo que parecía ser una costumbre del lugar).
Pero antes de ahondar un poco más en la homosexualidad, un problema que nuestra sociedad no tiene resuelto ni asumido, diferenciemos algunos conceptos que son muy importantes tenerlos en cuenta especialmente en la adolescencia, la edad típica de búsqueda de la propia identidad sexual.
Distinguimos: Indefinición sexual: se da, especialmente en muchos adolescentes, que aún no han encontrado su forma de ser sexual, fluctuando entre lo masculino y lo femenino.
Este fenómeno se da con relativa frecuencia y puede ser acentuado cuando los padres no muestran un claro modelo de pareja sexual.
Bisexualidad: el individuo siente tanto la atracción por el otro sexo corno por el sexo semejante. En la práctica terapéutica se ven muchos de estos casos, incluso de personas casadas y con hijos. La personabisexual siente ambas atracciones con las que convive, con todo el drama interior y también familiar que ello implica.
Homosexualidad: el sujeto claramente se identifica en forma inversa a la esperada y siente inclinación natural de contacto con personas de su propio sexo.
4. Hacia una comprensión de la homosexualidad
La homosexualidad es conocida desde la más remota antigüedad y fue valorada en forma muy dispar. Así los griegos le tenían un gran aprecio (una especial amistad o filía entre varones), incluso superior a la relación intersexual, y constituía una práctica muy extendida. En muchos pueblos los homosexuales encuanto “diferentes” eran elegidos corno brujos, chamanes o videntes del clan o tribu.
En otras, eran sacerdotes del templo o tenían a su cargo el cuidado del harem del rey o de las sacerdotisas.
En muchos casos se trataba directamente de “eunucos” o castrados.
En la cultura bíblica eran considerados como “abominables” y su práctica estaba condenada con la pena de muerte. La destrucción de Sodoma (de donde el nombre de “sodomía”) y Gomorra, ciudades enclavadas en lo que hoy es el Mar Muerto, se debió según el mito bíblico a un castigo divino por medio del fuego, debido a la expansión de la práctica homosexual (cap. 18 y 19 del Génsesis).
Hoy, a pesar de los avances de la biología y de la psicología, no hay acuerdo general ni mucho menos, sobre el origen o la causa de la homosexualidad. Si para unos es una desviación de la naturaleza (“invertidos”), para otros es una perversión psicológica (Freud) o moral (Iglesias) o simplemente una enfermedad que podría ser curada con cierto tratamiento psicológico.
Unos insisten en su origen educativo desde una familia donde los roles de los padres no están bien diferenciados, suponiéndose que una madre sobreprotectora hacia el hijo varón lo predispone a la homosexualidad.
Otros insisten en que se trata más bien de un factor cultural cuando el varón no encuentra su lugar en una sociedad en crisis de identidad, etc.
Finalmente, cada vez toma más cuerpo la teoría biológica de que en el cerebro del homosexual habría cierto elemento o factor que provoca la tendencia homosexual. Últimamente han aparecido numerosos artículos en revistas especializadas y en diarios sobre este asunto.
Personalmente y desde una larga praxis terapéutica con homosexuales, amén de otras investigaciones, entiendo que existe el homosexual nato que llega al mundo con una inclinación hacia el mismo sexo,inclinación que ya tiene manifestaciones en la infancia y se define claramente en la adolescencia y vidaadulta.
He podido comprobar numerosos casos con estas características. Por lo general en nuestra sociedad el homosexual nato sufre su situación pues se siente diferente, por un lado, y discriminado por otro si se manifiesta como homosexual.
A menudo recurren a la terapia durante la adolescencia o juventud para confirmar una tendencia que la sienten natural e interna, y que no pueden modificar; esperan más bien poder asimilar su condición dehomosexuales con todos los miedos que esto implica ante sus padres y la sociedad en general.
Hay casos en que la homosexualidad, o mejor dicho, la práctica homosexual se da por contaminación educativa, como en los internados, seminarios e instituciones donde conviven personas exclusivamente del mismo sexo.
También mi práctica profesional me permitió descubrir hasta qué punto ciertas instituciones exclusivas para varones o mujeres, aun en ambientes religiosos, provocan intercambios sexuales entre los compañeros en grados increíblemente altos.
Tampoco es un misterio que en las cárceles e instituciones militares, cuando no hay contacto con mujeres, las relaciones homosexuales suelen darse con relativa frecuencia. Cuando se trata de homosexualidad adquirida en estas circunstancias, generalmente el tratamiento es más eficaz, y en muchos casos basta salir de esos ambientes para que el sujeto reencuentre su partenaire sexual al que tenía vedado el acceso.
Al hablar, pues, de homosexualidad me refiero a lo que llamo la “típica homosexualidad”, cuando el sujeto siente corno natural y propia la tendencia al mismo sexo, permaneciendo indiferente ante el otro sexo.
Hoy la homosexualidad ha saltado al primer plano de estudios especializados, revistas y medios de comunicación en general. Aparentemente es un fenómeno más extendido que en otros tiempos, o al menos, más manifestado con sus clubes, asociaciones e instituciones de todo tipo. En algunos países ya se legaliza la pareja homosexual.
Pero lo que, por lo general, sigue sin cambio es el prejuicio social hacia los homosexuales. Mientras se les otorgan los epítetos más descalificativos e injuriantes, por un lado, por otro son tratados en plan de chanza y broma constante, tanto en la vida cotidiana como en la televisión.
Desde las religiones tradicionales se continúa con la descalificación moral, como si los homosexuales fueran seres perversos y de bajos instintos, en estado permanente de pecado. Paradójicamente es dentro de las instituciones religiosas celibatarias donde encontramos una gran cantidad de homosexuales que intentan por esta vía darle cierto cauce sublimado a su tendencia.
Lo cierto es que la población homosexual o bisexual es un importante sector de nuestra sociedad, se calcula entre un 10 y un 15 por ciento, que, salvo en ciertas esferas donde son mejor considerados, como en el artístico, todavía están esperando un mínimo gesto de comprensión hacia una situación en la que los puso la naturaleza y frente a la cual no tienen otra opción.
El análisis de tantos importantes homosexuales de la historia -sin excluir grandes artistas y personajes religiosos- como la práctica profesional me han hecho descubrir que los homosexuales son seres humanos capaces de una gran sensibilidad, calidad de vida y capacidad para la entrega, la reflexión, el arte y la mística.
La nobleza de sus sentimientos es algo profundamente llamativo, como su capacidad de “soportar” la discriminación y la persecución social.
Pretender -como se sigue haciendo- hablar de prostitutas, homosexuales y drogadictos en un tono despreciativo y condenatorio, y colocándolos en el mismo estante, es un signo más de la enfermedad de intolerancia y bajeza de una sociedad hipócrita que encuentra chivos emisarios a su propia cuota de sadismo y violencia.
Pareciera que bastara ser heterosexual para ser una persona honesta y valiosa, llena de todas las virtudes, cuando encontramos entre los heterosexuales a los más grandes criminales de la historia y personajes nefastos bajo todo punto de vista.
Si a los homosexuales les cuesta convivir con su tendencia, a los heterosexuales nos pasa otro tanto, pues nadie tiene un seguro de madurez y de salud mental.
Si hay homosexuales que por equis circunstancias caen en un cierto tipo de prostitución (y no hace falta que escriba el calificativo que les damos) y hasta exhibicionismo, convengamos en que son los menos; por otra parte, entre los y las heterosexuales es muy difícil encontrar a alguien que se anime a tirar la primera piedra y que no tenga algo que reprocharse en su comportamiento sexual, tanto con su pareja como en otras situaciones.
Comprendo, y lo he vivido en mi consultorio, cuánto les cuesta a los padres aceptar un hijo o una hija homosexual (“Nunca aceptaré que mi hijo sea un p … “, me decía una madre); pero es bueno recordar que ser homosexual no es ningún crimen ni pecado ni ofensa a nadie.
En todo caso, si hay que hablar de víctimas, son los propios homosexuales los que así pueden sentirse cuando por una circunstancia fortuita de la naturaleza tienen que soportar la discriminación y la burla, cuando no la clandestinidad, durante toda su vida.
Condenar a los homosexuales que practican su homosexualidad nos resulta cómodo y fácil; pero sería interesante preguntarnos cómo procederíamos si estuviésemos en su situación; o cómo haríamos si alguien nos quiere obligar a cambiar nuestra tendencia heterosexual por la homosexual. Exactamente eso es lo que les pasa a los homosexuales cuando se los condena porque sienten lo que sienten, y cuando no sienten lo que no pueden sentir.
Quizá dentro de algunos años la ciencia logre mejores resultados, al menos para aquellos que quieren modificar su tendencia homosexual para ajustarse a la tendencia considerada normal (la norma de la sociedad).
Entre tanto, si para algo sirven mis palabras: un llamado a la coherencia con nuestros principios tantas veces declamados de democracia, solidaridad, justicia y amor.
Volvamos a la idea central: necesitamos aprender a vivir con nuestra sexualidad, a darle forma y a encontrarle un sentido. Y necesitamos aprender a respetar cómo otras personas viven su sexualidad con la misma buena intención y honestidad con que lo hacemos nosotros.
Este es un principio elemental de convivencia y sociabilidad.
Biólogos, ginecólogos, andrólogos, pedagogos y psicólogos intentan fórmulas para que cada uno encuentre su camino y su forma sana de vivir sexualmente. Entre tanto, toda la sociedad, comenzando por los padres, tiene que poner su cuota de solidaridad, respeto y valoración, algo mucho más difícil pero mucho más necesario que talo cual invento médico o teoría psicológica.
Cuando especialmente los jóvenes que viven un problema de indefinición sexual o de definida homosexualidad encuentran esta comprensión y este cariñoso respeto, este sentirse amados por lo que son y no por lo que debieran ser y no pueden ser, entonces sienten aquel alivio que les permite asumirse a sí mismo con todas las limitaciones del caso; y logran, al mismo tiempo, desarrollar todas sus capacidades intelectuales, artísticas y creativas que hacen de ellos seres excepcionales en muchos casos.
Destaquemos, de paso y como elemento positivo, que en muchas películas nos hemos sorprendido por el alto nivel con que se trata el tema de la homosexualidad. Tal el caso de la excelente película “El beso de la mujer araña” que nos muestra, y no desde esquemas idealizados, hasta qué punto un homosexual puede ser capaz de un altruismo heroico y de los más auténticos sentimientos humanos.
Por todo esto hemos insistido en el punto anterior cómo todos tenemos nuestro componente homosexual (femenino o masculino).
Aceptar ese componente nos permite comprender a la homosexualidad como una especie de exageración en el componente complementario. (Exceso de factor Beta en los varones; y viceversa en las mujeres).
Cuando superemos nuestros tabúes sexuales y cuando descubramos –según nuestros principios declamados– que un ser humano vale por lo que es, por sus cualidades internas, por cómo siente la vida, por su solidaridad y capacidad de amor, y no tanto por tal o cual contingencia física o psíquica, estaremos a un paso de alcanzar nuestra estatura de personas honestas y coherentes.
Y desde esa honestidad y coherencia propongamos a los homosexuales alguna propuesta que no pase por la tortura de la soledad y de la castidad obligatoria.
Porque lo sexual más que en el coito está en la forma en que nos relacionamos entre los seres humanos, con amor o con odio o indiferencia … al menos esto es lo que siempre se nos ha enseñado desde las páginas sagradas de los libros religiosos y desde la pluma de los grandes pensadores.
La amorosa aceptación y el respeto de los homosexuales –como de otras minorías excluidas y anatematizadas, mujeres, negros, indios, etc.- es la prueba para demostrar nuestra coherencia y honestidad… o nuestra bienamada hipocresía.
Una última observación: todos los autores coinciden en que la homosexualidad femenina es bastante más compleja y tiene connotaciones diferentes de las del varón, si se quiere mejor visualizada y evidente.Pareciera que la mujer es más proclive en todo caso a la bisexualidad que a la homosexualidad.
También es importante tener en cuenta que, se trate de varones o de mujeres, hay diversos tipos de homosexualidad.
En nuestro medio, por ejemplo, la clásica homosexualidad masculina es la del afeminado. Por eso nos sorprendemos cuando ciertos hombres tan varoniles son homosexuales. En una pareja homosexual masculina, normalmente uno de ellos adopta la posición femenina y el otro, la masculina o de penetración.Algo similar nos pasa con las mujeres lesbianas: tendemos a suponer que se trata siempre de mujeres “machotas”, feas e intelectualoides y agresivas. Pero la realidad nos muestra mujeres lesbianas con rasgos que todos definimos corno claramente “femeninos”.
Todo esto hace de la homosexualidad un fenómeno que está aún muy lejos de ser explicado científicamente, tanto desde la biología, corno desde la psicología y desde la sociología. Por eso insistimos en una alternativa, no tanto de comprensión científica, cuanto de comprensión afectiva y solidaria.
Homosexualidad, arte y religión
Desde el punto de vista social y psicológico, he podido comprobar que los homosexuales tienen dos formas bastante frecuentes de asimilación y sublimación de su homosexualidad: el arte y la religión.
Tanto en culturas antiguas corno en la nuestra resulta frecuente observar que la homosexualidad (¿o bisexualidad?) se halla muy emparentada con lo artístico y lo religioso, o místico.
Entre los artistas –poetas, pintores, escultores, músicos- desde siempre se comprobó la gran cantidad de homosexuales, y hoy lo comprobamos en el llamado “mundo artístico” del escenario y del cine, del show y del espectáculo. En mi práctica profesional he comprobado este fenómeno de una manera verdaderamente llamativa.
Lo mismo sucede en la vida religiosa, tanto de varones como de mujeres; el porcentaje de personas con tendencias homosexuales es muy alto. El homosexual religioso, que acepta la castidad y el servicio a Dios y a la comunidad como camino sublimatorio de su homosexualidad, logra -con todas las dificultades del caso- un lugar social desde donde no se siente discriminado y desde donde se siente útil a la sociedad.
Si al homosexual religioso le cuesta su celibato o virginidad, no menos difícil le resulta al religioso heterosexual el cumplimiento de sus votos. El hecho de que tantos jóvenes con dificultades de identificación sexual se acerquen a la vida religiosa o sacerdotal, no solamente es un hecho que tenemos que asumir como real, sino también valorarlo como una posible elección voluntaria para una integración social.
Desde ya que integrar una comunidad religiosa no es garantía de nada, pero sí puede ser un ámbito donde el homosexual, especialmente con un acompañamiento psicológico, puede encontrar una forma de aceptarse a sí mismo y sentirse positivamente integrado a la sociedad.